El origen de los sistemas de clanes
El mundo humano es muy complejo (con todo lo que significa la idea de complejidad) y los factores que inciden en su configuración también son complejos. Por eso la historia continúa con un momento de reorganización estructural causada por múltiples factores interconectados: aumento del tamaño de los grupos, cambio climático, modificaciones en el medio ambiente, etc. No obstante, y aunque debamos establecer una continuidad narrativa entre los sistemas de cazadores-recolectores y los sistemas de clanes, lo que no debemos hacer es interpretarlo como un evolucionismo, es decir: no podemos afirmar que a lo largo de la historia se haya producido una evolución de los unos a los otros. Por ello no debemos pensar que los grupos de cazadores-recolectores evolucionaron y se transformaron en grupos de clanes, sino que éstos emergieron con unas características muy específicas y que su emergencia tuvo como resultado la subordinación de la mujer. El mito de los ona nos ofrece un claro ejemplo de transformación y continúa contando: “(En esta época) los hombres vivían en un miedo abyecto y sometidos. En verdad, tenían arcos y flechas con los cuales proveer al campamento de carne, sin embargo se preguntaban: ¿de qué nos sirven tales armas contra la brujería? Esta tiranía de las mujeres fue de mal en peor, hasta que a los hombres se les ocurrió que una bruja muerta era menos peligrosa que una viva. Conspiraron juntos para matar a todas loas mujeres y sobrevino una gran masacre a la que no escapó ninguna mujer en forma humana (…). Los hombres se encontraron ahora sin esposas. Porque tenían que esperar a que las niñas se convirtiesen en mujeres. Mientras tanto, surgió la gran pregunta ¿cómo podrían los hombres mantener el poder ahora que lo tenían? Un día, cuando estas niñas alcanzasen la madurez podrían unirse y recuperar su antiguo dominio. Para prevenir esto, los hombres inauguraron una sociedad secreta propia y desterraron para siempre la logia de las mujeres en la cual se habían incubado tantas conspiraciones malvadas contra ellos…)” Este mito ilustra una transformación en el sistema de interacciones sociales no es una excepción, sino que narraciones semejantes podemos encontrar en otras culturas de clanes. En la polinesia, los instrumentos son muy importantes en todos los rituales y, además, marcan una diferencia esencial entre hombres y mujeres. La carraca (como los churingas australianos), sirve para asustar a los neófitos en los rituales de iniciación masculina y tiene un aspecto fálico. Entre los kiwi de del sur de Papúa, el nombre de este instrumento es madubu, que significa yo soy un hombre. También entre los marindamin y los de la zona Trans-fly, nos encontramos que estos instrumentos están asociados a los rituales de iniciación homosexual, destinados a dotar a los muchachos de más semen, necesario para convertirse en adultos. En Papúa Nueva Guinea (montañas meridionales) y centrales el instrumento es la flauta y también se asocia a la iniciación masculina. Sólo pueden tocarla los hombres. Pero lo más importante, en este momento, es que señalemos que, como los ona, hay mitos que cuentan que estas flautas eran originariamente de las mujeres, pero los hombres se las robaron, o las engañaron para que se las diesen y, desde entonces, tienen prohibido todo conocimiento sobre ellas. Estamos asistiendo a un momento en el que la eliminación de la mujer, del feminicidio histórico, es una constante cultural: ¿Hablamos de la situación de la mujer en las tres grandes mitologías monoteístas? O si quieres podemos contar la historia de cómo el héroe masculino de los apaches jicarillas venció a las enemigas de la humanidad: las vaginas dentadas y devoradoras de hombres. Si lo prefieres, podemos hablar del mito japonés de Izanami y su hermano y esposo Izanagi, y adivinar quien de los dos contravino el orden establecido y provocó el mal (nacimiento de su hijo deforme Hiruko, el niño sanguijuela). Podemos trasladarnos a África, y escuchar la leyenda dinka de la codiciosa Abuk, quien desobedeció a la deidad de turno y causó que esta se alejase de la humanidad y apareciesen la enfermedad y la muerte. Y lejos de allí, en la polinesia y la melanesia, nos encontramos con múltiples héroes culturales masculinos que dominan a la mujer y la someten por culpa de su deseo sexual. Son comunidades distintas, pertenecientes a épocas distintas, pero tienen elementos comunes (estructuras: nivel I) que determinan los modos de sentir y pensar las relaciones entre mujeres y hombres y que pudieron surgir en el Solutrense. El contexto ecológico Estamos en un periodo frío, seco, de verdes praderas y grandes manadas que pastan: el hábitat propio del cazador cooperativo. Durante este periodo la caza cooperativa a gran escala fue posible, no sólo por las condiciones climáticas y ecológicas, sino también por un avance tecnológico significativo que produjo mayor eficiencia productiva: uso del arco y las flechas, mejoras en el almacenamiento y conservación del alimento..., lo que llevó irremisiblemente a un incremento en la densidad de la población, a un aumento máximo de los grupos corresidenciales, y a una ocupación semipermanente del hábitat. Es, además, la época de las pinturas rupestres, en las que predominan las manifestaciones artísticas donde se desarrollan las imágenes de caza. De esta época son las pinturas paradigmáticas de las cuevas de “Trois Fréres”, Lascaux, Montespán, Castellón, Altamira...y tantas otras en las que lo femenino y la naturaleza ya no son los contenidos predominantes, sino que emergen y se consolidan el hombre (cazador) y su poder (chamán)[1] El sistema de organización de los clanes Las comunidades humanas se van a organizar a través de los grupos de cazadores totémicos, que se articulan como clanes, cuya función interna consiste en acentuar el sentido de identidad de los miembros masculinos de un grupo regional. El sistema totémico se va a consolidar sobre la estructura de un sistema ritual y mitológico que abarca dos ámbitos: a) El iniciático En esta dimensión el niño tiene un segundo nacimiento, en el que nace a la sociedad en el seno masculino de su clan, de tal modo que los mundos femenino y masculino son separados y se establecen una barrera axiológica insalvable entre ellos. Ritual de pubertad aranda (Australia) Niño-Hombre (es el niño al que se le va practicar el ritual de acceso a la vida adulta, que lo convertirá en un sujeto social) … Tres hombres muy fuertes lo atacan de repente y se lo llevan a la arena ceremonial preparada para su circuncisión, en donde están esperando todos alrededor: mujeres y hombres. Se le sitúa entre los hombres y todas las mujeres empiezan a bailar a la vez. Después tres hombres le conducen a través de las mujeres danzantes hacia un soto de arbustos tras el que debe permanecer durante un cierto número de días. Sobre su cuerpo pintan dibujos y le advierten que ahora ha entrado en un estadio superior de la virilidad juvenil. Nunca debe descubrir a ninguna mujer y a ningún muchacho, ninguna de las cosas secretas está a punto de ver y aprender. Al día siguiente llega la medre del muchacho acompañada por las hermanas de su padre y por la mujer cuya hija le ha sido asignada como esposa, se celebra una ceremonia, con fuego, en la que se le dice que nunca debe interferir con las mujeres asignadas a otros hombres, también señala el control social de la sexualidad, que se efectuará con la circuncisión. Después llevan al muchacho al bosque, donde se sienta en silencio durante tres días y se le da poco de comer. (Esto le da más solemnidad a los ritos que está a punto de conocer). El cuarto día se le devuelve al soto y comienzan las representaciones de los hombres que continuarán durante una semana. Durante 7 días se le narrará la leyenda de los antepasados totémicos, en la edad del alterjinga (la edad del sueño, de los orígenes). Durante este tiempo se les alimenta con la sangre de los hombres que beben de un cuenco, también se pinta con ella, es alimento físico, como el de la leche materna y espiritual, que la madre no puede producir: Apartan al niño de su apego infantil por la madre. El séptimo día, tras su matorral, untan su cuerpo con grasa y tres hombres pintan con mucho cuidado un dibujo en su espalda. En ese momento en la arena ceremonial los hombres y mujeres hacen representaciones. De repente se empiezan a oír los ruidos de los churingas (instrumentos ceremoniales que se agitan en el aire y producen ruidos) y las mujeres huyen. Llega el momento de la circuncisión, en la que el niño deja de ser niño, se aleja del mundo de la madre. Todo el momento final el joven está sobre un fuego cuyo humo se supone que curará su herida, esto simboliza que nace socialmente, porque a los niños cuando nacen se les humea para purificarlos. Adquiere un nombre ceremonial y un churinga (objeto sagrado) que está vedado a las mujeres. Ya no juega, entra en el estadio del sujeto político: caza, guerra…. Los ritos churingas plasman de una manera paradigmática este nivel. A través de ellos se someten los niños ngtatara y aranda a una serie de procedimientos cuyo objetivo resultado final radica en que los adolescentes tienen un segundo nacimiento, esta vez masculino y se produce una drástica separación representativa, axiológica y conductual de los mismos con respecto a sus madres en particular y las mujeres en general. Los aranda afirman que si no recibiesen el ritual se convertirían en demonios y devorarían a los ancianos, con lo que a los efectos sociales del ritual, se le añade un efecto psicológico, ya que la comunidad impone un férreo control de la pubertad. b) El político En el que los individuos se identifican con su clan y, a través de él, con su grupo regional, frente y contra otros grupos regionales que son los otros, sentidos y pensados como enemigos. Hay que tener en cuenta que estos grupos viven en un medio físico muy amplio en permanente contacto con los límites de otros grupos, que coinciden con los espacios donde los grandes rebaños desarrollan sus migraciones. Así es. Nos encontramos, por ejemplo, que las asociaciones de los crow y los cheyenne, que conforman grupos de edad, compiten entre sí para superarse en el combate, robar caballos, y cualesquiera otras actividades que manifiesten, representativa y axiológicamente, valor, como mantener el orden de la población durante las marchas hacia territorios para la caza. Desde aquí, evidentemente, el sistema esquimal carece de viabilidad y la familia nuclear basada en la reciprocidad será inviable. A partir de ahora el sistema social se va a inclinar hacia lo masculino, lo que implicará el primer acto del feminicidio del que estamos hablando. La mujer, en tanto que sujeto, queda limitada a un papel afectivo de madre y es reducida al espacio de la unidad doméstica, unidad que ya no es fundamental a nivel de la comunidad. Esto es posible, porque su interacción con el hombre, cazador y guerrero, se desarrolla desde la complementariedad, sobre la base de una interpretación del ethos (modo-de-ser) femenino (sumisión) desde el ethos masculino (dominio). Estructura familiar de los grupos de clanes Ahora, el niño tiene un segundo nacimiento en un clan, bajo la sombra de un tótem con el que se identificará representacional, axiológica y conductualmente el resto de su vida, configurando esencialmente su ethos. Desde esta perspectiva, el modelo de familia que se constituye es la familia extensa (terminología Iroquesa), que es esencialmente corporativa, en la que la residencia se establece según una estructura masculina, pues aunque sean matrilineales, las líneas se establecen según el padre de la madre, el hermano de la madre o el hijo de la madre. Debemos darnos cuenta de que cuando los grupos humanos aumentan de tamaño, para que sean eficaces, deben surgir subsistemas operativos en su interior y en estos grupos los subsistemas son más importantes que los individuos, o dicho de otra manera, los subsistemas (familia) se convierten en la unidad mínima de interacción social. Vamos a ver. En los sistemas de cazadores-recolectores al no haber distancia efectiva/afectiva entre el individuo y el grupo, es el propio grupo el que conforma el ethos de los sujetos. Esta identificación hace que tanto el grupo como cada sujeto se articule como unidad mínima de interacción social. Ahora bien, cuando los grupos aumentan y se vuelven más complejos, el individuo se distancia efectiva/afectivamente del grupo, por lo que el clan se articulará como una entidad mediadora, conformadora de la personalidad, y como estructura de poder y control social. La comunidad ya no lo es de individuos, sino de familias. El sistema de relaciones domésticas se va a articular desde, lo que podríamos llamar una complementariedad representacional y afectiva como se refleja en la leyenda de los ona antes referida, que da lugar a unas pautas conductuales de sometimiento de la mujer al hombre, de la madre y esposa al padre y guerrero-cazador. La subordinación de la mujer La mujer, deja de ser autónoma y comienza a ser identificada con su propio cuerpo: madre, esposa, hogar, eschara, domus… y, en el seno de la comunidad ya no es un factor de equilibrio y cohesión, sus logros sociales se identifican con los logros de su hijo, el cuál sólo se identifica con su padre y con el clan de su madre. Pero también es esposa, y desde aquí, sólo puede atribuirse una parte del estatus de su marido, sin que él tome nada de ella. Debemos dejar de pensar en términos de Alicia en el país de las maravillas. Los occidentales estamos muy mal acostumbrados y hemos erradicado de nuestro vocabulario el término supervivencia. ¿Cuántos problemas se pueden generar en una comunidad si la mujer compite de manera directa con el hombre por las mismas esferas de realidad? En los grupos de cazadores-recolectores nunca hay competencia directa, ambos pueden desarrollar sus funciones públicas sin ingerencias en el ámbito del otro (que es sujeto de consideración social), porque el grupo local y el individuo se identifican. Sin embargo, cuando las comunidades se hacen mayores, cuando los grupos regionales empiezan a ser las unidades de supervivencia, la necesidad de la función masculina (por el uso de la guerra como estrategia, por la emergencia de los excedentes, la distancia entre la comunidad y el individuo, etc.), conlleva necesariamente la disminución de la dimensión pública de la mujer y su consecuente relegación al espacio doméstico. Mito apache jicarilla (Nuevo Méjico) Hubo una vez un monstruo asesino llamado el Monstruo Coceante, cuyas cuatro hijas eran en aquel tiempo las únicas mujeres en el mundo que poseían vaginas. Ellas eran ‘muchachas vagina’. Y vivían en una casa que estaba llena de vaginas. ‘Tenían la forma de mujeres’, se nos dice, ‘pero en realidad eran vaginas’ (…). Como puede imaginarse, el rumor de la existencia de estas muchachas atraía a muchos hombres, pero se encontraban con el monstruo Coceante que los arrastraba al interior de la casa y nunca volvían. Y entonces, el Matador de Enemigos, un magnífico muchacho héroe, asumió la responsabilidad de corregir la situación. Burlando al Monstruo Coceante, el Matador de Enemigos entró en la casa, y las cuatro muchachas se acercaron a él, implorándole que hiciera el amor con ellas. Pero él preguntó, ‘¿Dónde están todos los hombres que fueron introducidos a golpes en este lugar?’ ‘Nos los comimos’ dijeron, ‘porque nos gusta hacerlo’, e intentaron abrazarle, pero él las rechazó gritando ‘¡Manteneos lejos, ésta no es forma de utilizar la vagina! ‘Primero os daré una medicina que nunca habéis probado, medicina hecha con bayas agrias, y después haré lo que pedís (…) (Les dio la medicina y a las mujeres vagina les encantó). Estaban en éxtasis casi inconscientes, aunque el Matador de Enemigos no les estaba haciendo nada en absoluto, era la medicina la que les estaba haciendo sentirse de esta forma. ‘Cuando el matador de Enemigos llegó hasta ellas (…) tenían fuertes dientes con los que comían a sus víctimas. Pero esta medicina los destruyó por completo’. Y así vemos cómo el gran muchacho héroe, en una ocasión, domesticó a la vagina dentada para que se dedicara a su uso adecuado[2]. Las grandes sociedades matrilineales Existen sistemas matrilineales, las iroqueses, los hurones de Norteamérica, los Nayar africanos y los Munducuru del Amazonas son ejemplos típicos[3], como también lo son los trobiandeses estudiados por Malnowski, pero no se nos puede olvidar que dichas comunidades no representan un poder efectivo de la mujer (matriarcado), sino un poder masculino que se adquiere por línea materna. El hecho de que se organicen matrilinealmente tiene que ver con las estrategias de supervivencia a gran escala, en las que los hombres pasan largas temporadas fuera de la comunidad: cazando, guerreando, comerciando, etc., por lo que las mujeres se van a encargar de la organización cotidiana del grupo. Pero no hay matriarcado, y aunque la mujer goce de un estatus social elevado no implica que su estructura de organización no sea complementaria. El padre no es sustituido por la madre, sino por el hermano de ésta; el Gran Jefe sigue siendo un hombre y aunque la humanidad provenga de una mujer, el héroe masculino es un hombre. Mito ceram Los ceram, una cultura caníbal de Nueva Guinea (Melanesia), narran cómo los seres humanos dejaron de estar unidos y se formaron las tribus, y cómo dejaron de ser inmortales. Nueve familias de la humanidad salieron al principio del monte Nunusaku, donde la gente había brotado de racimos de plátanos. Entre ellos había un hombre cuyo nombre era Ameta, que significa "Oscuro", "Negro" o "Noche", y ni estaba casado ni tenía hijos. Un día salió a cazar con su perro. Al poco tiempo el perro olió un cerdo salvaje y siguió su rastro hasta un estanque en el que el animal huyó, pero el perro permaneció en la orilla. Y el cerdo se cansó nadando y se ahogó, pero el hombre, que había llegado mientras tanto, lo recuperó y encontró un coco en su colmillo, aunque en aquella época no había cocoteros en el mundo. Al volver a su choza, Ameta colocó el fruto en un estante y lo cubrió con un paño en el que había el dibujo de una serpiente, después se acostó a dormir. Y durante la noche se le apareció un hombre que le dijo: "El coco que has colocado sobre el estante y cubierto con un paño debes plantarlo en la tierra". Ameta plantó el coco al día siguiente y a los tres días el árbol había crecido y estaba alto. Pasaron otros tres días y ya tenía flores. Subió al árbol para cortarlas, pues quería hacerse una bebida, pero mientras las cogía se cortó un dedo y la sangre cayó sobre una hoja. Volvió a casa para vendarse el dedo. A los tres días volvió y encontró la cara de alguien en el lugar en el que su sangre se había mezclado con la savia de la flor cortada. Tres días más tarde ya estaba el tronco de la persona, y cuando volvió de nuevo al cabo de tres días, encontró que una muchachita había crecido. Aquella noche el hombre se le apareció en el sueño: “Coge tu paño con el dibujo de la serpiente, envuelve cuidadosamente a la muchacha del cocotero con el paño y llévala a tu casa”. Ameta hizo lo que el hombre del sueño le dijo y tres días después se llevó a casa a la muchacha, a la que llamó Hainuwele, cella. Pero no era como una persona corriente, porque cuando respondía a la llamada de la naturaleza producía todo tipo de cosas valiosas, de tal modo que Ameta se hizo rico. Y en aquella época se iba a celebrar un gran baile maro, en el lugar de los Nueve Terrenos de Baile, en el que iban a participar las nueve familias de la humanidad y que iba a durar las nueve noches completas. Cuando la gente baila el maro, las mujeres se sientan en el centro y desde allí les dan a los hombres semillas de betel, éstos al bailar forman una gran espiral de nueve vueltas. La primera noche, Hainuwele estaba de pie en el centro y repartió semillas de betel. La segunda noche, las nueve familias de la humanidad se reunieron en el segundo terreno, y de nuevo Hainuwele se colocó en el centro, pero esta vez, en vez de semillas repartió coral entre los bailarines. La tercera noche, repartió porcelana china. La siguiente, machetes. Después cajas de cobre para betel hermosamente talladas. Así, cada día que pasaba, Hainuwele regalaba cosas de más valor. A la gente le pareció misteriosa la donación de tantos regalos. Se reunieron y discutieron el asunto. Todos estaban muy celosos y asustados de que Hainuwele pudiera repartir tanta riqueza y decidieron matarla. Así que la novena noche, cuando la muchacha estaba en el centro del terreno, los hombres cavaron un agujero profundo en la zona. Después, durante el baile de los nueve círculos, fueron empujando poco a poco a Hainuwele hasta que la hicieron caer en el agujero. Cubrieron el agujero con tierra y lo pisotearon durante toda la noche. Cuando el festival Maro terminó y Hainuwele no volvió, su padre supo que había sido asesinada. Fue al lugar de los Nueve terrenos de Baile, desenterró el cadáver y se fue a buscar a Satene, la segunda suprema virgen Dema que había dado el ser a los seres humanos. Ameta le enseñó el cadáver de su hija y maldijo a la humanidad, y la doncella Satene convocó a la gente y les dijo: “Porque habéis matado, rehúso vivir aquí nunca más. Hoy os abandonaré y nunca me volveréis a ver sobre la tierra. A partir de ahora, quien quiera recuperar su ser deberá morir”. Y como Satene se fue y la gente se quedó sin su ser, cada familia tuvo que inventarse uno diferente, y a partir de entonces dejaron de ser uno y se dividieron en distintas tribus que terminaron siendo enemigas[4]. Estructuralmente, el motivo es el mismo que en el mito de los ona, pero lo cierto es que si en estos las comunidades son patrilineales, en el caso de los ceram nos encontramos con comunidades matrilineales, en los que lo femenino (Hainuwele) tiene una gran importancia en el modo de regular las relaciones entre los clanes. Hay diferencias que operan en el nivel III del mito: en el caso de los ona son los hombres los que eliminan lo femenino, de manera directa, mientras que en el caso de los ceram lo femenino es asesinado por la comunidad, pero en lo que se refiere a la dimensión estructural las similitudes son evidentes: el héroe cultural es un hombre, y ambos reflejan una estructura complementaria de subordinación de la mujer: patriarcado (patrilineal/matrilineal), en el que la mujer es sometida en el ámbito de lo político y reducida al ámbito de la familia. En que ninguno describe una situación histórica sino que legitiman un tipo de organización determinada que encuentra su función en el entorno: supervivencia frente a otros grupos; agotamiento de los recursos; crisis demográfica, etc. Sea como fuere, las comunidades que se organizan en clanes, ya sean matrilineales ya sean patrilineales, se organizan estructuralmente de la misma manera. La organización social y el control de la mujer Llegados a este punto, debemos recordar que esta historia es una hipótesis de trabajo, cuya única función consiste en: 1. Integrar una determinada conceptualización sistémica, en un modo posible de describir las estructuras políticas humanas, para… 2. … Poder utilizar esa descripción en términos de estructura con el fin de comprender un tipo de fenómeno, la deshistorización de la mujer (la violencia doméstica), que tiene una extensión universal. En este nivel de nuestra descripción de un escenario posible, lo importante es señalar una especie de ley improbable pero muy posible: el tamaño del grupo es directamente proporcional al control complementario que ejerce el grupo sobre la mujer. Cuando aumenta la distancia entre los individuos y el grupo y sabiendo que éste es la entidad de supervivencia de la especie, ¿cómo se garantiza dicha supervivencia ante los desequilibrios provocados por los propios componentes del grupo y por otros grupos humanos? Una de las estrategias fundamentales es hacer que la mujer no pueda ser competidora del hombre en el seno de un grupo humano, sería una fuente enorme de conflictos políticos. ¿Qué ocurriría cuando una partida de guerreros iroqueses fuese a combatir contra los hurones y a su regreso, un grupo de mujeres hubiese dado “un golpe de estado” en nombre de un clan familiar y se hubiese hecho con el poder? O podemos imaginarnos a las mujeres iroquesas con una libertad absoluta sobre su sexualidad y, por tanto, sobre la reproducción: cantidad de hijas, de hijos, control de la paternidad, etc. Serían ellas, frente a los hombres, las que controlarían que cantidad de guerreros y cazadores habría en el grupo. En definitiva, sería una fuente continua de conflictos y enfrentamientos que convertiría a los iroqueses en una comunidad poco apta para la supervivencia, al menos en su entorno, por lo que la incidencia de la mujer en la organización del grupo debe ser controlada, no tanto desde una dimensión social, puesto que estamos en sociedades matrilineales, sino en la dimensión estructural: mediante todo un sistema de conocimientos, valores y principios complementarios que determine el ethos femenino (subordinado) en función del ethos masculino (modelo). Esta determinación se realiza mediante la configuración de un sistema estructural que: 1. Establece una primacía y una separación de lo masculino sobre lo femenino; de tal modo que mujeres y hombres son separados desde la infancia. 2. Implanta un espacio ritual en el que los niños acceden al mundo adulto (social) en el seno de un clan. 3. Conforma un contexto de referencia en el que lo femenino es reinterpretado desde lo masculino. El resultado final es un sistema que se desarrolla desde la complementariedad como contexto, alejando a la mujer de toda esfera de poder, y controlando su influencia sobre la educación de los hijos. Todo el orden de la realidad se transforma de este modo, ontológica, epistemológica, ética y políticamente. Conclusión Hemos pensado el tránsito de un mundo ancestral en el que los animales cazan con arco y con flechas y bailan danzas rituales; hacen fuego y son los grandes maestros de la humanidad, a un mundo en el que el hombre se hacer cargo del arco e impone su ley al orden natural y político. El paso de un universo en el que el hombre menstrúa y las mujeres carecen de órganos sexuales, a un cosmos en el que el hombre le arranca los dientes a la vagina devoradora y la menstruación se vuelve principio contaminante. La transformación de una realidad social recíproca basada en la autonomía de mujeres y hombres, a un orden político en el que las relaciones complementarias distribuyen el poder social del hombre (dominio) sobre la mujer (sumisión). Y esto, es lo que cuentan los mitos de origen, bajo los que se podría reconocer el cambio de una comunidad originaria basada en la reciprocidad, en la que la mujer representa la creación y recreación del orden social. A una comunidad en la que la mujer es el caos, la ignorancia, la maldad que pone en peligro la propia supervivencia del grupo. Es el principio que debe ser controlado y sometido. [1] Ver J. Campbell, Las máscaras de Dios. Mitología primitiva, III parte. [2] Mito apache en Campbell, Las máscaras de Dios. Mitología primitiva, pp. 100-101, Alianza Editorial, Madrid, 1996. [3] Véase, por ejemplo, Harris, M., Antropología cultural, pp. 278 ss., Alianza Editorial, Madrid, 1996, en donde se analizan las causas de la matrilocalidad. [4] Campbell, J., Las máscaras de Dios. Mitología primitiva, p. 206-209. Para una interpretación más competa de este mito, véase mi libro La soledad de Mae. Una investigación antropológica de la violencia doméstica, pp. 136-147., Fundamentos, Madrid, 2007.
0 Comentarios
Deja una respuesta. |