Con el cristianismo vamos a asistir a una transformación del concepto de familia: la familia nuclear trascendente, como instrumento para acceder al poder político.
La reinterpretación que se hace de la mujer con el cristianismo responde a unas necesidades muy pragmáticas para el desarrollo del mismo como fuente de poder, en este sentido podemos decir que a finales del Imperio, la mujer avanzó, o mejor dicho, se reinterpretó, en su estatus como persona y no sólo como hija, esposa o madre de alguien. Esta revalorización de su dimensión personal tuvo que ver con el hecho de que la mujer se convirtió en el vehículo de transmisión del cristianismo, en su instrumento de evangelización y por tanto, de poder. Por ello debe ser protegida y alentada, aunque dentro de unos límites, a saber: aquellos que marcan su propia naturaleza corrupta y corruptora. Además, muchas de las medidas que supuestamente mejoran las condiciones de vida de la mujer: como santificar los matrimonios monogámicos, no tiene como objeto el reconocimiento de su autonomía, sino solucionar problemas de orden político, como poner límites las alianzas entre las familias nobles para que no puedan organizarse bajo un único liderazgo, lo que puede poner en peligro la estabilidad del Estado cristiano carolingio y cuestionar el incipiente poder político de la Iglesia. Hay que tener claro que todos los sistemas de poder construyen una estructura axiológica y de representación con la que persigue instaurarse y mantenerse, al fin y al cabo son formas de organización social. En este sentido, la mujer que tenía una consideración muy alta en los pueblos germánicos, fue utilizada por el cristianismo para extenderse como sistema de poder:. Nadie que conozca la historia se puede extrañar la afirmación de que fueron las mujeres germanas el gran instrumento de evangelización de occidente, convirtiendo a sus maridos, construyendo iglesias y monasterios y nombrando a la Iglesia heredera de sus bienes: no hay que olvidar que las mujeres germanas podían heredar riquezas y transmitirlas. Podemos decir de modo general, que la Iglesia se hizo con el control político a través de la mujer y del matrimonio, utilizando como principio la idea de “indisolubilidad”, lo que le daba un poder absoluto para gestionar todo el sistema de alianzas que se establecía entre las clases poderosas a través de los matrimonios. Y para poder llevarlo a cabo, lo primero que tuvieron que hacer, como ya hemos visto anteriormente, fue luchar a brazo partido contra la concepción merovingia del matrimonio y darle un estatus trascendente de sacramento (manifestación externa de una gracia interna). ¿Recuerdas la historia de Lotario y Tetburga, mucho más antigua que la de Enrique VIII y Catalina de Aragón? Lotario intentó divorciarse de Tetburga y después de muchos años de triquiñuelas, amenazas, condenas, encierros, etc., se murió sin conseguirlo y la Iglesia se salió con la suya. Comenzó de este modo un largo y victorioso proceso en el que el matrimonio se sacramentó desarrollando toda una serie de disposiciones acerca del matrimonio que iban del cielo hacia la tierra: comenzando con las disposiciones carolingias de regulación del matrimonio, y terminando en la actualidad con la legislación eclesiástica acerca del divorcio, el aborto y los matrimonios homosexuales. En definitiva, las primeras normas consistieron en negar los matrimonios en segundas nupcias y que el adulterio fuese motivo para la disolución del vínculo.De este modo el matrimonio “transciende” el mundo humano hasta el mundo divino y sólo puede ser accesible a través de la Iglesia. De hecho, todo este esquema trascendental se va a consolidar a lo largo de la Edad Media. Por desgracia esto continúa siendo dogma de fe en el cristianismo actual No tenemos más que acercarnos, por ejemplo, a los documentos de la conferencia episcopal, leerlos y sumar dos más dos. La mujer les importa bastante poco, tan sólo les interesa el control sobre el matrimonio y, además, de una manera implícita siguen volcando la responsabilidad de la mujer sobre la familia, con todo lo que ello conlleva para su vida. Cierto es que son más sibilinos, no pueden declarar abiertamente que la función de la mujer va indisolublemente ligada a lo doméstico, perderían la mayoría de su clientela, así que en lugar de eso afirman que el mal radica en la “revolución sexual” que, según ellos, escindió la sexualidad del matrimonio, la procreación y el amor, provocando la emergencia de la violencia doméstica. Por lo que debemos volver al control de la sexualidad femenina a través de un macho, y al dominio de la existencia de la mujer a través de muchos hijos (y de mayores dependientes). Y lo sueltan así, como si ese tipo de sociedad que ellos defienden no tuviese ningún tipo de consecuencias para la autonomía de la mujer y, para colmo, lo hacen citando a S. Pablo, uno de los mayores misóginos de la humanidad, y eso que el listón siempre ha estado muy alto[1]. La mujer en la Edad Media: Una eterna menor de edad ¿Cómo se desarrolló esta estructura axiológica ideal en la vida cotidiana de las personas. Antes de verlo, no debemos olvidar todo lo que llevamos dicho hasta este momento y no podemos pasar por alto que: existe una relación intrínseca entre los sistemas de valores y los modos cotidianos de vida. Una vez dicho esto y teniendo en cuenta que la Edad Media es una época muy larga y compleja, de hecho todo lo que hemos comentado en el apartado anterior hace referencia a la primera etapa de la Edad Media es cierto que podemos hacer ciertas generalizaciones (con muchos matices y pidiendo disculpas a los especialistas): 1. Para empezar, no se puede esperar mucho de una época en la que el cristianismo (paulinismo) se convierte en ideología universal en occidente. Ten en cuenta que en este sistema de pensamiento la mujer se ve atrapada en un triángulo del que no puede escapar. Cada uno de los vértices se haya ocupado por un símbolo, del que ya te hablé: el de arriba por María, la Virgen. Uno de los de la base por Eva, la Naturaleza Pecadora y el otro por Magdala, la Eterna arrepentida. En el centro y en una posición equidistante se encuentra la mujer, atrapada y sin poder escoger ninguna vía. La vía celestial, increíble por su propia humanidad. La vía del arrepentimiento, imposible pues el pecado no tiene redención. La vía de su propia naturaleza, impensable, pues Dios, la Iglesia y el hombre permanecen al acecho. 2. Aunque es liberada de su familia, va a ser custodiada por Dios, la Iglesia y su marido. ¿Qué esperar de Eva? “capaz de matar hasta a sus propios hijos por casarse con otro al enviudar, condenación de la humanidad una vez más, que nace y muere y vuelve a nacer para que el pecado deje de ser original y se transforme en natural”.[2] Nada se puede esperar, porque su ethosno es fruto de una decisión sino de una naturaleza. Pero no sólo es su cuerpo el que debe ser dominado, sino también su pensamiento, su palabra que no es otra cosa, al decir escolástico-tomista, que cháchara incansable, e insaciable, cambiante, pervertida y pervertidora de orden natural y social. Pero al fin y al cabo no es culpa suya ser lo que es sino creerse más de lo que es, o lo que es lo mismo no saber ser lo que es (¿te suena del feminicidio?) y, por eso debe ser protegida de sí mismo para que no ponga en peligro a los demás: debe ser custodiada. ¿Y quiénes son sus custodios? La negación avergonzada de su propia naturaleza, la sumisión deseada ante el hombre y el temor voluptuoso ante Dios, o lo que es lo mismo: el hombre, la Iglesia y Dios. 3. Siempre va a prevalecer el principio de su propia incapacidad, que necesita de su marido para que la domestique, como el alma necesita al cuerpo y el animal necesita al hombre. 4. Todo este sistema axiológico va a permitir, a partir del S. XV que la mujer sea reintegrada al orden doméstico, su auténtico espacio vital. No quiero dar la impresión de que el cristianismo no supuso mejoras en las condiciones de vida de las personas, pero lo que no podemos hacer es negar la evidencia y suponer que el mito cristiano está más allá de todo lo que hemos venimos indagando hasta este momento. El personalizar nuestra historia, el desvincularla de su contexto político (en el amplio sentido de este término), es uno de los mayores errores que podemos cometer. De hecho lo hemos cometido culturalmente y es una clara manifestación del síndrome del clan. ¿Qué pasa: que las sociedades humanas desaparecen?: ¿que el orden político y familiar no son necesarios?; ¿que el deseo, las relaciones entre mujeres y hombres, la educación, el control de las conductas, los problemas demográficos, la economía, etc., dejan de existir? Las funciones prototípicas de la mujer durante este periodo son las mismas que en los clanes: producir bienes que complementen la producción familiar (en este sentido son una ayuda para el hombre, que es el que produce) la crianza y la educación a los hijos (educación religiosa, por supuesto, cuando occidente se hace cristiano). Y como en los clanes, los niños son separados de sus madres cuando tienen siete años mientras que las niñas se quedaban hasta que se casaban. Siguen existiendo las mismas necesidades, siguen demandándose las mismas funciones, siguen manifestándose las mismas estructuras… Aunque cambien las narraciones. ¿Y qué ocurría en el entorno cotidiano, más allá de los intereses del poder y los valores transcendentales? No se puede separar la vida de la mujer de esos contextos, puesto que toda forma parte del entramado, pero podemos decir que entre los siglos X y XIII la mujer adquirió cierta autonomía con respecto a las familias, pero no así con respecto a la Iglesia. O mejor dicho, como siempre, la mujer era recolocada en el epicentro de la lucha por el poder. En las clases aristocráticas, la situación de la mujer no había cambiado dependía de su riqueza, el estatus de sus parientes y el poder de sus maridos e hijos. ¿Lo reconoces? Sus funciones, en tanto que madre, esposa y miembro “importante” para la Iglesia consistían, fundamentalmente en: educar a los hijos (a ellos hasta los 7 años, que era cuando se iban al castillo de algún pariente para educarse como guerrero, o a algún seminario para dedicarse al sacerdocio; y a ellas hasta los 12 años que era cuando, normalmente se casaban); cuidaba a su marido como “compañera”, pues sólo era “súbdita” amorosa de Dios; se hacía cargo del funcionamiento de la casa y se ocupaba de los pobres y de la Iglesia (asistir a misas, dar dinero para hacer monasterios o arreglarlos, etc.). En este momento es muy importante señalar que aunque en la Edad Media hubo mujeres muy importantes y con mucho poder, también es cierto que eso fue una cuestión de historias personales, y no de condiciones sociales. Desde esta perspectiva la función política más importante que tenía la mujer era acumular riqueza para donarla a la Iglesia y crear en su feudo algún monasterio para poder retirarse cuando se quedase viuda. En líneas generales lo que le esperaba a la mujer noble desde que nacía era o un monasterio (si era fea) o un matrimonio (si era guapa). Como vemos, los tópicos en el fondo responden a arquetipos: la belleza de la mujer fue y sigue siendo un factor determinante en su devenir. Por lo que respecta a esta época, la belleza influís en el destinos de la mujer, de las familias y de la Iglesia. Las hijas guapas las reservaban para satisfacer los intereses de la familia. Los de Dios eran secundarios. De hecho la Iglesia se quejaba de esta situación. Un predicador llamado S. Bernardino llegó a declarar que las familias sólo dejaban para la Iglesia a los “vómitos de la tierra”. Es curiosa esta curiosa tendencia esquizofrénica de la Iglesia con respecto a la belleza de la mujer. Ellos eran conscientes de que la belleza es un instrumento de dominio sobre el hombre, por eso la condenan, la desprecian y advierten a los hombres contra su demoníaco poder: “En cuanto a lo que me habéis escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer”. O, “La cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza de la mujer es el hombre; y la cabeza de Cristo es Dios. Todo hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta a su cabeza. Y toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta a su cabeza”. Pero al mismo tiempo, necesitan de esa belleza para afianzar su dominio. La conclusión fue muy simple, más que la mujer bella, el mal radica en la mujer que sabe que es bella y utiliza esa belleza para dominar y seducir al hombre.. “No permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio. Porque adán fue firmado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado no fue Adán sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión (y además sedujo a Adán, que se dejó seducir porque ¿la amaba o la deseaba?, dice Abelardo). Con todo, se salvará por la maternidad mientras persevere con modestia en la fe, en la caridad y en la castidad”[3]. Como vemos las notas de su salvación son: sacrificio de su propio cuerpo, maternidad, fe y dedicación a la Iglesia, por lo que la importancia de los matrimonios sigue siendo una cuestión esencial en la vida de la mujer y en la organización social. Las familias nobles los utilizaban, como siempre, para establecer alianzas de poder, de ahí que la Iglesia luchase denodadamente por el control de los matrimonios. Instrumentos de esta lucha son: la indisolubilidad, como ya mencionamos, y el consentimiento mutuo de los esposos… El principio de indisolubilidad no produjo nada bueno para la mujer, las cadenas que la ataban permanecieron, sólo que las paredes que la aprisionaban se hicieron más seguras: a la familia se le unía ahora la Iglesia. Con respecto al consentimiento mutuo de los esposos, podríamos decir que fue una buena medida para la mujer, no digo que no, pero debemos tener en cuenta que a los 7 años se producían los esponsales (¿cuánta capacidad de decisión tienen los niños a esa edad?); a los 12 se casaban las niñas, que habían abandonado su casa antes para irse a casa de su futuro marido (sola y abandonada) y a los 14 se casaban los niños (que desde los 7 años jamás habían compartido vida con niña alguna)… Por mucho que la Iglesia crease Tribunales eclesiásticos para que los niños pudiesen denunciar que los obligaban a casarse ¿crees que alguno lo hacía? Creo que a la Iglesia le importaba bastante poco la situación de la mujer. De hecho, la diferencia de edad entre niñas y hombres en los matrimonios se situaba entre los 10 y los 20 años. Y si esto ocurría entre las clases aristocráticas, en las incipientes ciudades la llegada de una fuerte inmigración individual va a modificar el sistema de relaciones entre mujeres y hombres, aunque la influencia de este proceso se verá más adelante entre los siglos XIII y XV, cuando las mujeres desarrollen unas funciones productivas muy importantes, llegando incluso a fundar sus propios gremios. Pero hasta que eso ocurra, en las ciudades las mujeres ocupan el espacio del servicio doméstico (criadas/esclavas) y el espacio del servicio público (prostitución). Pero al margen de eso, sí es cierto que la ciudad va a ser un espacio de cambio para la mujer, ya que en él ésta va a poder desempeñar funciones extra-domésticas, además de las domésticas, como en la actualidad: no debe extrañarnos, la mujer siempre ha trabajado dentro y fuera del hogar, otra cosa es que eso se quiera reconocer o no. Aproximadamente la mitad de los maestros artesanos carecían de oficiales, pese a las legislaciones que les obligaban a tenerlos. El trabajo era sobre todo familiar. Trabajaban el maestro y su familia. Cuanto más trabajaba la mujer en el taller de su marido, menos lo hacía en la casa, con lo que era costumbre en las ciudades contratar a una persona que hiciese su trabajo doméstico por un salario poco importante, aunque era ella, como responsable única, la que se encargaba de organizar todo lo referente a la unidad doméstica (¿Nos suena de algo?). La mujer, por tanto trabajaba en el hogar y, además, fuera de él, siendo en ambos ámbitos una fuerza productora, competente y competitiva. ¿Era legal? No. ¿Era de dominio público? Sí. No había problemas hasta que se transformaba en una competidora del hombre. Y esto sucedía cuando había crisis económica y paro entre la población masculina. Entonces, no permitían el trabajo en los talleres de sus maridos y las reconducían al hogar. A partir del S. XV el trabajo extradoméstico de la mujer fue perseguido y trabado constantemente, hasta el punto de que en el plazo de dos siglos, desaparecen los gremios femeninos y se culmina el encierro de la mujer en el ámbito doméstico. Las profundas crisis que asolaron Europa a partir del S. XIII dejaron una marca indeleble en la mujer. Lo que nos podría llevar a preguntarnos:¿Qué va a pasar en nuestra Europa cuando se produzca una crisis económica grave…? Porque lo cierto es que la historia de la mujer y el trabajo fuera del hogar es una larga y costosa lucha en la que la mujer ha sufrido, sufre y sufrirá más que los hombres, las consecuencias de las crisis económicas porque en un mundo complementario (de complementariedad negativa), la resolución de los conflictos siempre beneficiará al que ejerce el dominio. Y esto es lo mismo que ocurre hoy en día, incluso en los países nórdicos[4]: la mujer sigue siendo la responsable y organizadora de la unidad doméstica y además trabaja fuera del hogar, pero este trabajo no es tanto un trabajo como un complemento, es más una cesión que un derecho. Por eso la temporalidad afecta más a la mujer que al hombre, la mujer cobra menos dinero que el hombre a igualdad de trabajo. ¿Nos extraña entonces que cuando es madre tienda a renunciar al trabajo extradoméstico? Pero no es una cuestión natural, sino de organización política. Así que no debemos extrañarnos, tampoco, si la situación de la mujer en la sociedad occidental empeora en épocas de crisis económica. Digamos que como mínimo, lo van a tener muy difícil. Pero siempre ha sido así, no es nada nuevo. “En el curso del XVIII, las mujeres vieron ampliarse sus posibilidades de trabajo, pero lo más sorprendente es queno bien esto ocurrió, las mujeres en busca de empleo en la nueva rama laboral se multiplicaron y los salarios cayeron. El trabajo se identificó como “trabajos de mujeres”y como tal se remuneraba. En 1762, el Directorio de Campbell en Londres asignó la categoría de trabajo de indigentes a todas las actividades de confección de ropa a cargo de las mujeres, con lo cual expuso a las afectadas a situaciones de grave necesidad y proporcionó la base de reclutamiento para la prostitución”.[5] ¿Existía violencia de género reconocida como tal? Que el marido maltratase a la mujer era una conducta normal y socialmente aceptada. De hecho ni en el Derecho Romano ni en el Germano, la mujer podía divorciarse de su marido por el maltrato, sólo lo podía hacer si el hombre era homicida, necromántico o violador de tumbas (Romano); si era pederasta, o si la había obligado a fornicar con otros (Derecho Germano). Ahora bien, durante los siglos XIV y XV los tribunales atendían numerosos casos de violencia doméstica[6]. No sólo las mujeres sino también sus familias podían poner denuncias y solicitar la disolución del matrimonio (¿Y consideramos que nuestras legislaciones son novedosas?). Lo que implica que el problema existía pero que, a diferencia de otras épocas, era reconocido como problema. En última instancia y teniendo en cuenta que como buen sistema complementario la ley y la sociedad otorgaban todo su poder al hombre, para dominar a la mujer, los jueces solían recordar a las mujeres que debían obediencia a sus esposos. [1] Véase, por ejemplo “LXXXI Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España” (2003) o la “Instrucción pastoral de la Conferencia Episcopal Española, 1990, sobre la Familia. En www.conferenciaepiscopal.es [2]Mosco, J., y De Neápolis, L., Historias bizantinas de locura y santidad, pp.99-101, Siruela, Madrid, 1999. [3] Fragmentos de S. Pablo: Primera Epístola a los Corintios y Primera Epístola a Timoteo. [4] Véase “La excepción sueca” en Ockrent, El libro negro de la condición de la mujer. [5]Hufton, O., “Mujeres, trabajo y familia”, p. 46, en Duby, G., y Perrot, M., Historia de las mujeres. 3. Del renacimiento a la Edad Moderna, Taurus, Madrid, 2003. [6] Véase Opitz, C., en “La vida cotidiana de las mujeres en la Baja Edad Media (1250-1500) pp. 352 ss, en Duby, G., y Perrot, M., Historia de las mujeres. 2. La Edad Media, Taurus, Madrid, 2003.
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